miércoles, 29 de abril de 2009

Autorretrato

domingo, 19 de abril de 2009

Rejas


Me gustaba abrir los ojos e imaginar que de un salto salía volando por la ventana, sobre todo los domingos después de la siesta. O que entraban cientos de mariposas de colores que me hacían cosquillas en la nariz para despertarme de un estornudo.

Solía asomar la cabeza por la ventana con los ojos cerrados para sentir solamente viento, o sacar una mano para descubrir el frío de la lluvia.

Me divertía pasar horas siguiendo nubes desde mi cama o perdiéndome en el celeste infinito del cielo despejado.

Amaba mi cielo desnudo de rejas.



No soy yo la que teme. No me asusta que venga a buscarme un demonio alado mientras duermo ni que el viento me arroje por la ventana. No temo a mi libertad ni a la ajena. Ni siquiera me asustan mis propios miedos, no necesito rejas que me protejan de ellos.

Me temen a mí, por eso me encarcelan. Temen que cruce la ventana para leer al sol del otro lado. Temen que su techo se convierta en pista de aterrizaje de aviones de papel o se llene de macetas, flores y aromas. Temen que sea libre más allá de mi pared, de mi casa, de mi propiedad.

Para mis vecinos mi libertad es peligrosa, yo creo que les sobran miedos. Espero que algún día se liberen y me liberen (nos liberemos...) y que mi cielo vuelva a ser simplemente celeste.


domingo, 12 de abril de 2009

Dedicatoria

-Deshacerlo todo y recomenzar- me dije. Destrocé la tierra seca a puñaladas y la regué con lágrimas mientras sepultaba mi semilla casi muerta, descolorida, apagada. Cada mañana le canté a mi semilla su canción y le pedí que brote, le pedí nacer.

"Hay una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda." La primavera inevitablemente llega y el calor del sol te despierta más temprano que lo que se despiertan tus perezosas tristezas.



La vi tan frágil en mi mano y tan potencialmente inmensa, la sentí tan yo... Tenía que protegerla, tenía que crecer y teníamos que florecer.

Tal vez se hayan escrito tantas y tan complejas palabras sobre el cultivo como sobre la vida. Creo que todo es mucho más simple: dejarse llevar por la intuición, aprender a comprenderse, y salir a buscar la luz del sol.



Para comprender la relación entre mis plantas y yo es necesario asumir que no estoy totalmente cuerda. En mis días más introspectivos, de mayor comunicación conmigo, me veía a mí misma en Juana, la solitaria.




En cuanto Juana floreció, la atacaron arañuelas. Me asustó tanto su posible muerte que varias veces al día le sacaba casi llorando cada uno de los bichitos rojos con los dedos. Sufrí cada hoja que perdió como si me arrancaran pedacitos de ánimo. Afortunadamente, una vez repelidas las arañuelas, del nacimiento de cada hoja caída nació una nueva flor.


Ésta es la última foto que existe de Juana. No habrá más, tampoco, porque está muerta. Yo la maté y me siento extraña. Arrancarla de la tierra no fue un suicidio, fue una declaración de independencia.

Creo que fumarla será llenarme de mí hasta los pulmones, un momento casi místico de conexión conmigo.

Hoy Juana cuelga raíces arriba detrás de un espejo. No existe mejor lugar para sus últimos días antes de ser cenizas.

miércoles, 8 de abril de 2009

Introducción



Casi toda mi vida transcurrió en una casa con jardín y muchas ventanas. Mi mamá (sabia mujer) controlaba el clima de la casa abriendo o cerrando ventanas en momentos adecuados. Durante el verano, por ejemplo, por la mañana dejaba apenas entreabiertas las persianas del este (por las que el sol entraba directamente) y abría las del oeste de par en par; cuando llegaba el mediodía abría todas, y a la tarde entrecerraba las del oeste, evitando otra vez el calor del sol y generando mágicas corrientes de aire fresco. Fue admirándola a ella que comprendí la importancia de saber hacer uso de las ventanas.

Hacen ya (apenas) cuatro años que vivo en este departamento, lejos del jardín y de mi mamá. La vida en un edificio lleno de vecinos vuelve un poco más complicado el buen uso de las ventanas: no se trata solamente de controlar el calor o el viento dentro de la casa, sino también de proteger privacidades y de evitar la salida de olores y sonidos que puedan afectar a los vecinos (y a su imagen de mí). Hoy las ventanas están presentes en casi todas mis acciones: si subo el volumen de la música, cierro las ventanas que dan al interior del edificio; si voy a cocinar algo a la plancha, abro las ventanas que dan al exterior; si hay mucha gente fumando tabaco, abro todas las ventanas (si es otra cosa abro sólo las que dan al exterior); si siento algo de frío, las cierro; y cuando en verano quiero andar con poca ropa, cierro la ventana por la que me espía el del 2do 3.

De todas las ventanas de mi casa, hay una que se ganó la singularidad: sólo una es mi ventana. Por ella entra el viento que roza mi espalda mientras escribo y el sol con el que me despierto cada mañana. A través de ella veo el cielo, la lluvia y las estrellas; veo caer viejas casas y crecer altas torres; veo a las rejas y a la paranoia multiplicarse. En ella viven mis plantas, con quienes hablo y empatizo. Ella es lo primero que veo cuando me despierto, y lo último antes de dormir.

Mi ventana habla de mí, de mi vida cotidiana y de mi mirada. Es ventana y también espejo. Este blog habla de ella, de mí y del mundo que se asoma del otro lado.