Cuando mi boca encuentra a la tuya la muerde fuerte para que no se escape, pero de nada sirve. Tu morena boca no le teme al dolor de liberarse, de un solo tirón se arranca y huye a recorrerme.
Cuando tu inquieta boca me pasea, cuando la carne de tus labios juega conmigo, cuando tu respiración enfría el camino que tu lengua dibuja sobre mí, yo me desoriento. No estoy en el estrellado techo que mis ojos ven, no me guía la música que apenas se distingue detrás de la respiración que ya casi es grito.
Cuando mi mano encuentra la superficie fría y reconoce el vidrio de la ventana, se aferra con cada dedo a ese indicio de que mi cuerpo no es solamente donde está tu boca, única esperanza de que no voy a evaporarme con tu último aliento.