miércoles, 8 de abril de 2009

Introducción



Casi toda mi vida transcurrió en una casa con jardín y muchas ventanas. Mi mamá (sabia mujer) controlaba el clima de la casa abriendo o cerrando ventanas en momentos adecuados. Durante el verano, por ejemplo, por la mañana dejaba apenas entreabiertas las persianas del este (por las que el sol entraba directamente) y abría las del oeste de par en par; cuando llegaba el mediodía abría todas, y a la tarde entrecerraba las del oeste, evitando otra vez el calor del sol y generando mágicas corrientes de aire fresco. Fue admirándola a ella que comprendí la importancia de saber hacer uso de las ventanas.

Hacen ya (apenas) cuatro años que vivo en este departamento, lejos del jardín y de mi mamá. La vida en un edificio lleno de vecinos vuelve un poco más complicado el buen uso de las ventanas: no se trata solamente de controlar el calor o el viento dentro de la casa, sino también de proteger privacidades y de evitar la salida de olores y sonidos que puedan afectar a los vecinos (y a su imagen de mí). Hoy las ventanas están presentes en casi todas mis acciones: si subo el volumen de la música, cierro las ventanas que dan al interior del edificio; si voy a cocinar algo a la plancha, abro las ventanas que dan al exterior; si hay mucha gente fumando tabaco, abro todas las ventanas (si es otra cosa abro sólo las que dan al exterior); si siento algo de frío, las cierro; y cuando en verano quiero andar con poca ropa, cierro la ventana por la que me espía el del 2do 3.

De todas las ventanas de mi casa, hay una que se ganó la singularidad: sólo una es mi ventana. Por ella entra el viento que roza mi espalda mientras escribo y el sol con el que me despierto cada mañana. A través de ella veo el cielo, la lluvia y las estrellas; veo caer viejas casas y crecer altas torres; veo a las rejas y a la paranoia multiplicarse. En ella viven mis plantas, con quienes hablo y empatizo. Ella es lo primero que veo cuando me despierto, y lo último antes de dormir.

Mi ventana habla de mí, de mi vida cotidiana y de mi mirada. Es ventana y también espejo. Este blog habla de ella, de mí y del mundo que se asoma del otro lado.

4 comentarios:

Rafa dijo...

hoy asomo a tu ventana desde la mía, le aporto un poco de N a tus plantas para que hagan bien el crecimiento y te hecho un ojo a ver que haces.
Yo tampoco creo en el destino, lo que tenemos es un libro abierto, inacabado, deseoso de recibir la pluma de nuestras manos.

A ver el amanecer de mañana, seguro que es bueno. Acabo la noche bien y el amanecer siempre es mejor.

Rafa dijo...

No suelo gruñir a la ventana de nadie, solo a la de mis más allegados, será que la confianza disminuye mis "buenos" modos.
Que pena que sea otoño allí, así pues ya habrán florecido las pequeñas.¿No es así?

jas dijo...

en mi caso, en el verano suelo dejar las ventanas cerradas durante el día para que no entre el calor y abrirlas para que se ventilen durante la noche. Y funciona bastante bien

manu dijo...

jeje...es un buen fin para escribir y muy original. felicito que se inspire en ello.